viernes, agosto 04, 2006

Requiem para Leo Ramos

( La siguiente entrada corresponde a la propiedad intelectual de Ricardo Mario Sanchez)


-------REQUIEM para LEO RAMOS

Treinta años es un lapso de tiempo importante para un solo lugar. Ramos Mejía a metros de la Estación, calle Bolívar al 19 exactamente. Donde allá a lo lejos funcionó una Heladería Italiana, que marcó un antes y después de las heladerías de la zona Oeste del Gran Buenos Aires. Por motivos del progreso dejaron esa dirección sus creadores y justo vinimos a instalar en ese reducto, un Copetín a la antigua, angosto, -tipo de estación-, con parrillita a la calle, taburetes, sí sólo taburetes, para comer un platito caliente o tomarse unas cañas. Se dio en llamar LEO RAMOS: Nadie por poca que fuera la plata que trajera se iba con la panza vacía. Si se le habrán dado de comer y beber a los parroquianos. Diríamos que con monedas. Reducto de obreros, capataces, changarines, vendedores ambulantes, inspectores de “bondi” y hasta alguna mina entraba. Se respiraba fútbol, se olía a cerveza. Se llevaba gratis el olor a chorizo en la ropa. Amanecer de medias lunas calientes, el ahogo de alguna ausencia. Sanitarios 24 horas.
En estos treinta años pasaron los más diversos personajes. Siempre que se menciona el cierre de un Bar se habla de sus clientes famosos, de los pintorescos, hoy vamos hablar de los que pasaron, pero detrás del mostrador.
Ese negocio lo había traído un gallego de ley, grandote guapo y pintón que se llamó FLORENTINO PEREZ, que supo tener un hotelito en el Once y le gustaba la construcción; compraba alguna casa que otra la reformaba y la vendía; siempre andaba olfateando entre martilleros adonde estaba el negocio. Cuando trajo el negocio decía: -el lugar es muy bueno, pero hay que arreglar con los propietarios que tienen fama de bravos, pero usted va a poder con ellos- me acuerdo la cara de pícaro que ponía al decirlo.
Tenía ese negocio prolijo y limpio, un lujo. Sólo tenía problemas con un socio que era medio chiquilín y confianzudo y lo hacía salir de las casillas vuelta a vuelta. Para calificarlo se ponía las dos manos en la cara y decía: - ese Asturiano es un BUULÚÚ Ú DOO-
Un día fue para el Policlínico de Haedo, para ensanchar una artería que estaba media tapada y justo se le vino alojar un virus en la médula. Riesgo quirúrgico dicen unos, otros falta de asepsia de hospitales del Estado, lo que sé que un virus microscópico derribó a mi amigo el grande de Florentino Pérez.
Vinieron algunos más a ese negocio después de él, como mi cuñado Oscar, trabajaba de día en la Facultad de Núñez y de noche de 10 a 06 en el Copetín, nunca supe a que hora dormía. Entre trabajar en Núñez, en Ramos y vivir en Hurlingham, sólo se lo veía dormir los domingos y cabecear cuando manejaba. Lo importante para él era que con dos sueldos en su casa no faltaba nada. Era hemofílico el pobre Oscar, una vuelta internado en el Hospital Ramos Mejía, al darle una transfusión de plasma, se equivocaron de bolsita y le pusieron de otro factor que no era el de él y después de muchas convulsiones y sin tener lugar en terapia intensiva: se murió, Andaría por los 45 años. El Hospital Estatal se había cobrado su segunda víctima de esta historia.
Cuando el Asturiano se fue a España, y Don Pérez había emprendido ya su regreso. Había venido a ofrecerse para entrar en alguna sociedad con trabajo asegurado otro Asturiano. Don Olegario Fernández, parecía estar dispuesto a dar todo para que estuvieran contentos con su incorporación. Y se incorporó y todo siguió tan bien como antes, no nos habíamos equivocado en creer en él. Y así estuvimos algunos años, con una persona respetuosa, trabajadora, leal y correcta. Pero una vez, y siempre hay una vez, estaba limpiando un ventilador de pared, subido a una escalerita, se aflojó ésta y al aferrarse al ventilador este se vino en banda y abrazado al ventilador fue a dar con su cabeza en el viejo mostrador, que no por viejo fue blando y ahí quedó tirado Don Fernández, vino la ambulancia, otra vez el Policlínico Haedo presente en la vida de LEO RAMOS, y vuelto en sí don Fernández dijo no y no aceptó irse en la ambulancia, a pesar de los ruegos de los parroquianos, médicos y paramédicos hasta que no viniera el socio que lo relevara: don Avelino Alvarez. Y así fue que el derrame se hizo coágulo y al poco de ingresar al Policlínico también se nos fué. Esta vez de nadie más era la culpa, sólo del convencimiento de un hombre que cualquiera fuera el costo no sabía fallar. Y fiel a sus principios, también se nos fue.
Y mencionamos a Don Álvarez, siempre desde el principio en el turno del medio de 14 a 22 horas. También gallego, pícaro, parecía que no veía pero veía, parecía que oía y no oía. Nunca, sí nunca a través de los años le conocí otro pantalón que uno a cuadros grandes, como de payaso, que con el tiempo se iba poniendo más duro y más brilloso. Siempre creí que debía subir a una escalera para después poder bajar a los pantalones. Su preocupación siempre fue el trabajo de su único hijo, que trajo a laborar al Leo Ramos, para que el día que ya no estuviera pudiera quedar en su lugar. Miedo tenía que no fuera así y no eran infundados. Estuvo enfermo algún tiempo, pero nunca sabremos cuanto. De su muerte sabemos menos, ni cuando ocurrió porque los temores de su hijo hizo que no encontrara una forma mejor que ocultar el fallecimiento de su Padre, cosa que comenzamos a sospechar al verlo trabajar vistiendo el lustroso pantalón a cuadros.
Y así transitamos la última etapa de esta historia, la de “reestructurar la sociedad” porque algunos socios, hartos de no llevar plata dijeron: Para que queremos este negocio si la ganancia va a parar a la barriga de los parroquianos. Entonces fue el momento de encontrar algún sobreviviente de otras batallas que quisiera ponerse al frente y llevar en sus espaldas la mochila llena de historia y vacía de pesos. Y apareció Carlos, que también le dicen AFA, porque nadie sabe que hace pero todos saben que lo hace en AFA, y Él con pocos pesos compró las partes a los socios en retirada, pero al no quedarle mas vento para ponerse al día con el Fisco, necesitó de alguien para poner el negocio a nombre y ahí, apareció Chiche, mi hermano, que como nada tenía, nada debía al Fisco y así quedamos Carlos y yo, así funcionamos estos últimos tres años, mejorando lo mejorable y padeciendo lo padecible. Hasta que Chiche, propietario en los papeles y en la obra social, comenzó a exprimir a ésta con sus atenciones médicas, que por razones de la casualidad y el destino tenía y de mucho exprimirla porque su salud lo requería, un día de mucha diabetes, empezó con la presión hasta las nubes con tanta fuerza que de un envión se lo llevó con cuerpo y todo y no volvió más y seguramente “Barbeta” desde algún lugar del cielo, cansado de recibir tanta gente de un solo bar habrá influido al propietario, él que hace unos días nos espetó: La sociedad propietaria ha resuelto que no haya más un bar en este lugar, y sin saber que como viene la mano, nos había salvado la vida a Carlos y a mí. Ricamasa 2-8-06

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