viernes, julio 06, 2007

Camino del sur y de vuelta

A lo lejos, escondido entre el campo amarillento de frío invierno y ganado congelado a ciento cuarenta quilómetros por hora, devorando postes de luz, asesinando bichos voladores, rebasando camiones y automóviles que amenazan la integridad física de mis acompañantes, pasando de largo parajes que tal vez hubieran ofrecido felicidad sin pedir nada a cambio pero nunca lo sabremos; vi recuerdos congelados, escuche ecos lejanos, visite sepulcros que ya no guardan nada, saboree manjares cotidianos, encontré algo que creía perdido para siempre.
Se paseaba esquivando baldosas una sombra de pibe en pantalones cortos. Me lo imagine con sus cuadernos debajo del brazo y con una viandita dentro de una bolsita que su madre le había preparado, arrimándose cerca del tren observándolo como a una mujer amada, en silencio y sabiendo que algún día habría de domarlo y que lo llevaría lejos ahí donde lo sencillo su vuelve prescindible, donde el café con leche se convierte en café tres cuartos y periódicos del día y teléfonos celulares que nunca se apagan.
Vi una ausencia irremplazable que aún hoy conserva en mi memoria sus carcajadas descendientes de alemanes rojos que reflejan en su rostro cerveza, vino y festejos sin fin. Entrando despacito en ese living comedor la boca se me enciende de sabores a miel y manteca y dulce de leche con margarina y pan casero, pescando la nata de la leche caliente. Mientras respiro calor y calidez. Pero una lagrima me trae de vuelta, hasta que cruzo la calle y todo esta quieto, es una foto en la que se puede entrar y en la que se puede recorrer cada detalle de esa cocina intacta a la que no le salen canas y goza de una limpieza envidiable que responde a soledades y a costumbres de pulcritud. Solo me acerco a una puerta y una mano de niño la abre silenciosamente por que los grandes están haciendo la siesta. Ahí el tesoro mas grande que se pueda uno imaginar, un tesoro de piratas lleno de monedas de chocolate, perlas de caramelo, cajones que esconden en su interior misterios de azúcar y frascos llenos de fantasías de colores sabor a frutas; hasta que un señor con anteojos culo de botella en camiseta musculosa y bigotes mostachole nos descubre y nos saca rezongando y nos castiga entregándonos algunas perlitas de caramelo y sonríe finalmente.
Cuando busco entre mis manos las veo grandes, serias, un poco lastimadas pero lo peor de todo es que están vacías y miro otra vez para descubrir asombrado que la cámara del tesoro fue saqueada y solo quedaban en ella algunos trastos viejos y oxidados, pero el olor… ¡hay ese olor!, como a humedad pero de caja de zapatos, un poco como a cuero y al mismo tiempo a aire fresco de mañana. Es el mismo, talvez el único testigo de mis recuerdos.
Más antes que después se abrió la neblina ante las portadoras de la nueva luz, Ludmila y Lucila. Ellas que no cargan con los rencores del mundo ni con los enojos ni los dolores pueden abrirse camino en un nuevo mundo que aunque se disfrace para engañarnos fracasa en su intento. Por que todo ha cambiado, tal vez lentamente pero inevitablemente.
En el silencio oportuno de los espacios decorados tristemente una cama vacía se ríe de la contradicción. Una ducha caliente a tiempo, un despertar prematuro de los sueños que se olvidan apenas abrimos los ojos. Compartir es vivir, es por eso que dejo que compartan conmigo encuentros y desencuentros. Y como buen espectador respetuoso dejo que las cosas sucedan ininterrumpidas cada vez con más comida y más vino a ver si espantamos a las sombras, a los ecos, a las distancias y al tiempo.
Volver no siempre es retornar. Pero otra vez a los caminos, otra vez a la velocidad, a las vacas y a los pájaros, porque como perros de pueblo todos nos fuimos de casa para volver a casa, tal vez de ida o tal vez de vuelta.