miércoles, agosto 30, 2006

Eiti Leda (fragmento)

Lejos, lejos de casa
no tengo nadie que me acompañe a ver la mañana.
Y que me de la inyección a tiempo,
antes que se me pudra el corazón.
Ni calienten estos huesos fríos, nena.

Seru Giran

domingo, agosto 27, 2006

Frio

Frío del que se mete en los huesos,
Ese que mira con recelo,
El mismo que se esconde en tus besos,
Aquel que no hace más que atormentarme.

Frío del que se escapa entre los dedos,
Ese que te deja siempre ciego,
El mismo que te olvida enseguida,
Aquel que se emborracha en las esquinas.

Frío del que se trepa entre tus piernas,
Ese que desconfía de lo cierto,
El mismo que se rompe en mil pedazos,
Aquel que se muere en una lista de espera.

Frío del que no comprende nada,
Ese que posa en tu mirada,
El mismo que me olvida siempre antes,
Aquel que sale vivo aunque lo mates.

viernes, agosto 25, 2006

Perdon a los Mounstros

¿Acaso he perdido el rumbo?. Mi camino a lo que creo justo se encuentra entre la bruma y decisiones y parece no tener fin. Me he transformado en un mounstro incapaz de ver más allá de sus ojos. Tanto he cambiado que he perdido la capacidad de auto corregirme o peor aún de aceptarme imperfecto sabiendo que ahí habita la peor de mis imperfecciones. Ni siquiera un “meaculpa” me absuelve ante mis dioses paganos y terrenales que habitan bares y habitaciones con olor a encierro y soledad.
La metamorfosis de larva a mariposa triste que no sabe volar. Ni siquiera el fantasma de la muerte sabe hoy asustarme como antaño. Hasta parece que las heridas en mi piel no tienen sangre para desperdiciar. Solo me pican las ojeras del desvelo y la soberbia de mis palabras que no dejan de reprocharme demasiadas borracheras que no eran para festejar.
Mi sombra avergonzada no me sigue, solo me mira desde una distancia prudencial con ojos nostálgicos y grises, le cuesta erguir la cabeza. Nada queda en mis poemas y no me acuerdo como se regalan las flores, o a quién.
Pido perdón si acaso en la confusión he lastimado a alguien más que mí. Me disculpo por tanto quejarme y por no saber todavía callar a tiempo. Por no poder estrechar mi mano mas veces que lo absolutamente necesario. Por considerarme mejor que antes, por saber más que por creer.

Casi una historia

Y se miraban a los ojos como enamorados pero no lo estaban. Y se tocaban como excitados pero no lo estaban. Luego se despedían como si fuese el último adiós, pero a la vuelta de la esquina se reencontraban y se besaban como si supieran lo que eso significa. Y se perdían entre la gente y se volvían gente aunque no lo eran. Y uno le preparaba el desayuno al otro y se rascaban la espalda cuando no les picaba. Se decían amigos y apenas se conocían. Ella se llamaba Maria pero su madre le decía “chiquita” y él era conocido como Ernesto aunque su padre le llamaba “idiota”. Se hablaban poco y en el medio discutían a ver quien le daba de comer al perro ese día. Y él salía a trabajar sin trabajo y ella lo esperaba todo ese tiempo, porque siempre lo había esperado. Y no se iban. Se necesitaban.
El se murió una tarde cualquiera y no llego a avisarle. Entonces ella también murió porque ya lo había estado buscando por todos lados.

viernes, agosto 18, 2006

Descripcion y espera

Espero a la inspiración como se espera un colectivo. Mirando un horizonte destruido por edificios y semáforos y calles de asfalto. Casi inmutable. Si llueve me refugio un poco, si hace frió hago humito con la boca y lo miro y me pongo un poco bizco, si hace calor me desespero y empiezo a caminar de un lado al otro histérico. Lo peor es cuando se acumula mucha gente a la espera. Los veo a todos y me miran como mirándome mirarlos, pero no me ven y tampoco los veo, porque estamos esperando. Cada tanto me paso la mano por la cara para despejarme; es un acto perfectamente practicado y automatizado: siempre con la mano derecha. Primero la abro lo mas grande que puedo separando bien todos los dedos, así como está me la llevo primero a la frente y junto todos mis dedos menos el pulgar que permanece separado, y ahí empiezo a bajarla pasando por las cejas, y los ojos, ahí con el dedo índice que sigue pegado a los otros (medio, anular y meñique) me restriego el ojo izquierdo y con el pulgar solitario pero independiente me restriego el ojo derecho, luego continuo con la mano bajando hacia la nariz, los labios y cuando llego a la pera cierro la mano como acariciando una barba imaginaria y ahí la dejo unos segundos a puño cerrado, esto produce en mi rostro una mueca de seriedad absurda digna de un intelectual. Repito varias veces este acto que se interrumpe cuando me aburro de esperar y me voy o cuando llega la inspiración y subo en ella. Hay veces en que me lleva lejos, pero casi siempre me desilusiona y me bajo a las dos cuadras, toco timbre, se detiene, se abre la puerta y me voy al olvido de ese viajecito que paso desapercibido. Entonces vuelvo a esperar.

viernes, agosto 04, 2006

Requiem para Leo Ramos

( La siguiente entrada corresponde a la propiedad intelectual de Ricardo Mario Sanchez)


-------REQUIEM para LEO RAMOS

Treinta años es un lapso de tiempo importante para un solo lugar. Ramos Mejía a metros de la Estación, calle Bolívar al 19 exactamente. Donde allá a lo lejos funcionó una Heladería Italiana, que marcó un antes y después de las heladerías de la zona Oeste del Gran Buenos Aires. Por motivos del progreso dejaron esa dirección sus creadores y justo vinimos a instalar en ese reducto, un Copetín a la antigua, angosto, -tipo de estación-, con parrillita a la calle, taburetes, sí sólo taburetes, para comer un platito caliente o tomarse unas cañas. Se dio en llamar LEO RAMOS: Nadie por poca que fuera la plata que trajera se iba con la panza vacía. Si se le habrán dado de comer y beber a los parroquianos. Diríamos que con monedas. Reducto de obreros, capataces, changarines, vendedores ambulantes, inspectores de “bondi” y hasta alguna mina entraba. Se respiraba fútbol, se olía a cerveza. Se llevaba gratis el olor a chorizo en la ropa. Amanecer de medias lunas calientes, el ahogo de alguna ausencia. Sanitarios 24 horas.
En estos treinta años pasaron los más diversos personajes. Siempre que se menciona el cierre de un Bar se habla de sus clientes famosos, de los pintorescos, hoy vamos hablar de los que pasaron, pero detrás del mostrador.
Ese negocio lo había traído un gallego de ley, grandote guapo y pintón que se llamó FLORENTINO PEREZ, que supo tener un hotelito en el Once y le gustaba la construcción; compraba alguna casa que otra la reformaba y la vendía; siempre andaba olfateando entre martilleros adonde estaba el negocio. Cuando trajo el negocio decía: -el lugar es muy bueno, pero hay que arreglar con los propietarios que tienen fama de bravos, pero usted va a poder con ellos- me acuerdo la cara de pícaro que ponía al decirlo.
Tenía ese negocio prolijo y limpio, un lujo. Sólo tenía problemas con un socio que era medio chiquilín y confianzudo y lo hacía salir de las casillas vuelta a vuelta. Para calificarlo se ponía las dos manos en la cara y decía: - ese Asturiano es un BUULÚÚ Ú DOO-
Un día fue para el Policlínico de Haedo, para ensanchar una artería que estaba media tapada y justo se le vino alojar un virus en la médula. Riesgo quirúrgico dicen unos, otros falta de asepsia de hospitales del Estado, lo que sé que un virus microscópico derribó a mi amigo el grande de Florentino Pérez.
Vinieron algunos más a ese negocio después de él, como mi cuñado Oscar, trabajaba de día en la Facultad de Núñez y de noche de 10 a 06 en el Copetín, nunca supe a que hora dormía. Entre trabajar en Núñez, en Ramos y vivir en Hurlingham, sólo se lo veía dormir los domingos y cabecear cuando manejaba. Lo importante para él era que con dos sueldos en su casa no faltaba nada. Era hemofílico el pobre Oscar, una vuelta internado en el Hospital Ramos Mejía, al darle una transfusión de plasma, se equivocaron de bolsita y le pusieron de otro factor que no era el de él y después de muchas convulsiones y sin tener lugar en terapia intensiva: se murió, Andaría por los 45 años. El Hospital Estatal se había cobrado su segunda víctima de esta historia.
Cuando el Asturiano se fue a España, y Don Pérez había emprendido ya su regreso. Había venido a ofrecerse para entrar en alguna sociedad con trabajo asegurado otro Asturiano. Don Olegario Fernández, parecía estar dispuesto a dar todo para que estuvieran contentos con su incorporación. Y se incorporó y todo siguió tan bien como antes, no nos habíamos equivocado en creer en él. Y así estuvimos algunos años, con una persona respetuosa, trabajadora, leal y correcta. Pero una vez, y siempre hay una vez, estaba limpiando un ventilador de pared, subido a una escalerita, se aflojó ésta y al aferrarse al ventilador este se vino en banda y abrazado al ventilador fue a dar con su cabeza en el viejo mostrador, que no por viejo fue blando y ahí quedó tirado Don Fernández, vino la ambulancia, otra vez el Policlínico Haedo presente en la vida de LEO RAMOS, y vuelto en sí don Fernández dijo no y no aceptó irse en la ambulancia, a pesar de los ruegos de los parroquianos, médicos y paramédicos hasta que no viniera el socio que lo relevara: don Avelino Alvarez. Y así fue que el derrame se hizo coágulo y al poco de ingresar al Policlínico también se nos fué. Esta vez de nadie más era la culpa, sólo del convencimiento de un hombre que cualquiera fuera el costo no sabía fallar. Y fiel a sus principios, también se nos fue.
Y mencionamos a Don Álvarez, siempre desde el principio en el turno del medio de 14 a 22 horas. También gallego, pícaro, parecía que no veía pero veía, parecía que oía y no oía. Nunca, sí nunca a través de los años le conocí otro pantalón que uno a cuadros grandes, como de payaso, que con el tiempo se iba poniendo más duro y más brilloso. Siempre creí que debía subir a una escalera para después poder bajar a los pantalones. Su preocupación siempre fue el trabajo de su único hijo, que trajo a laborar al Leo Ramos, para que el día que ya no estuviera pudiera quedar en su lugar. Miedo tenía que no fuera así y no eran infundados. Estuvo enfermo algún tiempo, pero nunca sabremos cuanto. De su muerte sabemos menos, ni cuando ocurrió porque los temores de su hijo hizo que no encontrara una forma mejor que ocultar el fallecimiento de su Padre, cosa que comenzamos a sospechar al verlo trabajar vistiendo el lustroso pantalón a cuadros.
Y así transitamos la última etapa de esta historia, la de “reestructurar la sociedad” porque algunos socios, hartos de no llevar plata dijeron: Para que queremos este negocio si la ganancia va a parar a la barriga de los parroquianos. Entonces fue el momento de encontrar algún sobreviviente de otras batallas que quisiera ponerse al frente y llevar en sus espaldas la mochila llena de historia y vacía de pesos. Y apareció Carlos, que también le dicen AFA, porque nadie sabe que hace pero todos saben que lo hace en AFA, y Él con pocos pesos compró las partes a los socios en retirada, pero al no quedarle mas vento para ponerse al día con el Fisco, necesitó de alguien para poner el negocio a nombre y ahí, apareció Chiche, mi hermano, que como nada tenía, nada debía al Fisco y así quedamos Carlos y yo, así funcionamos estos últimos tres años, mejorando lo mejorable y padeciendo lo padecible. Hasta que Chiche, propietario en los papeles y en la obra social, comenzó a exprimir a ésta con sus atenciones médicas, que por razones de la casualidad y el destino tenía y de mucho exprimirla porque su salud lo requería, un día de mucha diabetes, empezó con la presión hasta las nubes con tanta fuerza que de un envión se lo llevó con cuerpo y todo y no volvió más y seguramente “Barbeta” desde algún lugar del cielo, cansado de recibir tanta gente de un solo bar habrá influido al propietario, él que hace unos días nos espetó: La sociedad propietaria ha resuelto que no haya más un bar en este lugar, y sin saber que como viene la mano, nos había salvado la vida a Carlos y a mí. Ricamasa 2-8-06