sábado, mayo 24, 2008

Silencio

Sobre una cúpula de nubes grises y espesas, como un llanto ahogado, las gotas de lluvia parecen no querer perecer sobre la tierra que las espera ansiosa de beber y de vivir. Pero el temporal se hace esperar y como adelanto se divierte enviando ráfagas de viento gélido para que baile en las esquinas y le vuele el sombrero a cualquiera que lo lleve puesto.
La luz mortecina que en su timidez parece más brillante que el sol, lastima mis ojos. Resolana le llaman algunos y hasta dicen que hace peor que la luz directa.
Es así que Buenos Aires se viste con su mejor traje de funerales y lo sale a lucir sin vergüenza, con aires de venganza pero al mismo tiempo con ternura de esa que nos hace reflexionar a todos sin saber bien porque. Un día con intenciones de ser noche, una noche eterna en el infinito, sin estrellas ni luna poética, ni hombres lobo ni hechiceras malvadas. Todo mentira.
El olor húmedo de las alcantarillas, ultimo resabio de naturaleza, emulando arroyos citadinos de Dry Martini y appetaizers. Nunca nada cambio, ahora lo se. Tal vez se marchito y perdió brillo, pero la metamorfosis no ha sido nunca la verdadera razón de la nostalgia, sino por el contrario no hay nada mas nostálgico que lo estático que no se resiga a desaparecer. Con mirada perdida buscando el horizonte vedado en edificios “cementéricos”, los ancianos ansían la parca dulce que calma los dolores y ama sin excepciones ni condiciones.
Alguna gota rebelde se desprende del manto de nata en el cielo y le hace el amor a una hoja escarlata muerta en un adoquín. Apurando el paso que se viene, con ese paso Chaplinesco de los que le temen a los chubascos y corren a encerrarse bajo los balcones intentando inútilmente no mojarse, como si aquello fuera a salvarlos de los resfríos o las gripes, temiendo a la pulmonía como temían los personajes de los libros viejos.
Al fin se derrama. Se desangra el aire y afloja las piernas la belleza destructiva de la naturaleza sintética que nos hemos construido. Lo vemos y esperamos que pase, que no deje rastro, que nos deje en paz con nuestra rutina; porque si hay algo que sabe hacer bien la tormenta es cortar de cuajo las repeticiones diarias y destruir todas las automatizaciones que nos organizamos para sentirnos mas seguros. A ver si todavía se me cae un piano en la cabeza después de pasar debajo de esa escalera.
Silencio, esta hablando el viento con los árboles. Silencio.

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