En cuanto pueda desarmar las cadenas que me atan a una ciudad que se derrumba prometo volver. Mientras tanto cierro los ojos y lentamente empiezo a respirar el aire que vive en los horizontes infinitos llenos de sal y agua que danza con las rocas y la arena, llendo y viniendo como augurando mi destino. Y veo entonces una sombra que me queda bien. La veo mirar lo que yo ya no puedo con una mueca casi burlona o feliz.
Después de todo es parte de mí. Soy yo.
Y camino calle abajo rutinario y perfumado, saludo como saludan todos, me se perfectamente los protocolos aplicados. Una cara conocida, después otra y otra, finalmente son todas conocidas y la mía en el espejo también. Se huele y se saborea la noche como un manjar que se acompaña con los mejores brebajes y las mejores compañías. No estoy solo, porque todos lo estamos, nadando entre cigarrillos en la terraza y palabras en el aire dirigidas a quien las quiera escuchar; o talvez demasiado ensordecidos por la música obstinada en ser la misma noche tras noche. Me sonrío una y otra vez. Ahora me hacen reír mucho y les devuelvo la gentileza con la mejor de mis audacias y la más delicada de mis torpezas. Me vuelvo un caballero cediendo mi asiento aunque en realidad ya quería ponerme de pie- no me gusta admirarte desde abajo-.
Gin tonic con Beefeter, lima y unas gotas de angostura.
Y como siempre el vaso lleno, caprichoso en mantenerse así pese a mis esfuerzos, llendo y viniendo de la barra a mis labios que ya están pidiendo un beso. Es por eso que busco en alguna mirada otra que busque la mía, y si no la encuentro vuelvo a entumecer los nervios de mi boca con un sorbo amargo de esperanza en las rocas. Y me enamoro tantas veces que no hago a tiempo a sufrir porque no responden con idéntico amor, solo un rato con amores pasajeros que suelen abrir las jaulas que liberan a las “aves de paso, como pañuelos cura fracasos”*. “Nos vemos en Buenos Aires” para algunos. “Nos vemos el año que viene” para otros, y la promesa siempre se quiebra.
Abro los ojos y me caigo en el sillón y en el teclado. Y el espacio de mi casa lleno de cosas y de mí. Vuelvo a sentir el olor a ciudad a autos y a gases nocivos, a un río lejano y orgulloso, a cerveza caliente, a Tom Waits. Con vecinos desconocidos e incómodos encuentros en el ascensor que duran mas de tres pisos; devuelta al bar a disfrazarme de payaso y bailar al gusto de los demás con mi ejercito de camareras, cafeteros, encargados, locos de turno y madrugadas que lloran ecos de adoquines y siglos de repetida fatiga. Y pienso que mientras tanto por allí todo continúa como congelado en el tiempo y que me espera, la amenaza de un fantasma que poco se muestra pero mucho se conoce y el alivio de saber que mañana voy a volver aunque no vuelva.
Después de todo es parte de mí. Soy yo.
Y camino calle abajo rutinario y perfumado, saludo como saludan todos, me se perfectamente los protocolos aplicados. Una cara conocida, después otra y otra, finalmente son todas conocidas y la mía en el espejo también. Se huele y se saborea la noche como un manjar que se acompaña con los mejores brebajes y las mejores compañías. No estoy solo, porque todos lo estamos, nadando entre cigarrillos en la terraza y palabras en el aire dirigidas a quien las quiera escuchar; o talvez demasiado ensordecidos por la música obstinada en ser la misma noche tras noche. Me sonrío una y otra vez. Ahora me hacen reír mucho y les devuelvo la gentileza con la mejor de mis audacias y la más delicada de mis torpezas. Me vuelvo un caballero cediendo mi asiento aunque en realidad ya quería ponerme de pie- no me gusta admirarte desde abajo-.
Gin tonic con Beefeter, lima y unas gotas de angostura.
Y como siempre el vaso lleno, caprichoso en mantenerse así pese a mis esfuerzos, llendo y viniendo de la barra a mis labios que ya están pidiendo un beso. Es por eso que busco en alguna mirada otra que busque la mía, y si no la encuentro vuelvo a entumecer los nervios de mi boca con un sorbo amargo de esperanza en las rocas. Y me enamoro tantas veces que no hago a tiempo a sufrir porque no responden con idéntico amor, solo un rato con amores pasajeros que suelen abrir las jaulas que liberan a las “aves de paso, como pañuelos cura fracasos”*. “Nos vemos en Buenos Aires” para algunos. “Nos vemos el año que viene” para otros, y la promesa siempre se quiebra.
Abro los ojos y me caigo en el sillón y en el teclado. Y el espacio de mi casa lleno de cosas y de mí. Vuelvo a sentir el olor a ciudad a autos y a gases nocivos, a un río lejano y orgulloso, a cerveza caliente, a Tom Waits. Con vecinos desconocidos e incómodos encuentros en el ascensor que duran mas de tres pisos; devuelta al bar a disfrazarme de payaso y bailar al gusto de los demás con mi ejercito de camareras, cafeteros, encargados, locos de turno y madrugadas que lloran ecos de adoquines y siglos de repetida fatiga. Y pienso que mientras tanto por allí todo continúa como congelado en el tiempo y que me espera, la amenaza de un fantasma que poco se muestra pero mucho se conoce y el alivio de saber que mañana voy a volver aunque no vuelva.
Dedicado a :
Nacho, Jimy, Tuto, Rob, Martin, Federico, Valeri, Malena, Ana, Cariné, Carina, Pamela, Natalia, Melu, Lala, Gabriela, Romina, Mercela, Alejandro, al "loco de los barcos" Mariano, Mariana, Leila, Sofi, Moby Dick, Herman Melville... y los que me olvido de mencionar lo siento, mi memoria se deteriora día a día, copa a copa. Gracias a todos.
* Aves de Paso-Joaquin Sabina-
2 comentarios:
muy bien gracias
Buena sorpresa esta para mi como una de las tantas anteriores que tuve mientras intercambiamos ideas, tragos, burlas, comentarios, risas, vivencias historias, mentiras divertidas y trucos de magia. La vamos a seguir en el Salvame. Le mando un gran gran tipo. Gracias por mucho. N
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